domingo, 5 de julio de 2015

EL CENTAURO DEL LLANO

Opción

versión impresa ISSN 1012-1587

Opcion v.23 n.53 Maracaibo ago. 2007

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El centauro llanero. Sus Mitos y Símbolos en la Identidad Nacional Venezolana
Ernesto Mora Queipo 1, Jean González Queipo y Dianora Richard de Mora 3
1Universidad del Zulia. Departamento de Ciencias Humanas emoraqueipo@hotmail.com
2Universidad del Zulia. Dirección de Cultura jeanca72@hotmail.com.
3Universidad Bolivariana de Venezuela. Núcleo Zulia djrichardmcguire@yahoo.es
Resumen
El centauro de la mitología griega y el resumen biográfico de las hazañas bélicas del General Páez, permitieron la interpretación analógica del simbolismo del Centauro Llanero. Los resultados evidencian la utilización de esta metáfora y la del León Ibérico para escindir la población en americanos y españoles y darle a la guerra de independencia la forma de guerra internacional cuando la nación americana (Gran Colombia) aún no existía. La metáfora del centauro llanero articuló los mitos fundacionales de la cultura occidental con los códigos simbólicos de los llaneros y se convirtió en un símbolo fundacional de la nación venezolana.
Palabras clave: General José Antonio Páez, llaneros venezolanos, guerra de independencia.
The Centaur of the Plains. Its Myths and Symbols in Venezuelan National Identity
Abstract
The centaur of Greek mythology and the biographical summary of General Páez’s warlike feats contributed to an analogical interpretation of the symbolism of the Centaur of the Plains. Results show the use of this metaphor and that of the Iberian Lion to split the population into Americans and Spaniards and give the war for independence the character of an international war, when the American nation (Gran Colombia) did not yet exist. The metaphor of the centaur of the plains combined the foundational myths of western culture with the symbolic codes of the plainsmen and converted it into a foundational symbol for the Venezuelan nation.
Key words: General José Antonio Páez, Venezuelan plainsmen, war for independence.
Recibido: 28 de septiembre de 2005 Aceptado: 04 de abril de 2006
A MODO DE INTRODUCCIÓN: UN VIAJE AL PASADO PARA REPRESENTARNOS EN EL PRESENTE
La constelación de símbolos y ritos presentes en las sociedades contemporáneas, constituye un tema de estudio fundamental para acceder al conjunto de representaciones que rigen el comportamiento social y permiten la coexistencia de individuos y grupos. La pesada influencia que ejerce cada presente histórico en la reelaboración del pasado y de los símbolos que lo evocan, obliga con frecuencia a realizar abordajes diacrónicos a fin de comprender en profundidad la función social que esos símbolos y su puesta en escena han tenido a través del tiempo. Es este el caso de nuestro estudio, orientado al análisis de algunos mitos y símbolos que durante el siglo XIX posibilitaron la creación de Venezuela y su articulación con los venezolanos, su patrimonio cultural y su identidad nacional.
El estudio estos mitos y símbolos se reviste de particular interés, no sólo para la comprensión de la realidad sociopolítica de la Venezuela independentista del siglo XIX, sino también de la actual, toda vez que en nuestros días se recrudecen las luchas de diversas ideologías por el control de los símbolos de la patria, para formular y legitimar sus proyectos, acciones y representaciones sociales del presente y del pasado esta nación.
La utilización de estos símbolos, enarbolados junto a las banderas del nacionalismo, ha activado la formulación nuevos proyectos de país y, paralelamente, los más fuertes procesos de cohesión y oposición, inclusión y exclusión, amparados muchas veces por mecanismos y argumentos ideológicos cuyas estructuras profundas repiten de manera bastante fiel los acaecidos durante la época independentista, especialmente en lo concerniente a la creación de diferencias y mostrificación de un Otro construido en el seno de una misma unidad sociopolítica.
Esta problemática social motiva teórica y metodológicamente nuestro viaje al pasado, con el objetivo de abstraer de él algunos elementos útiles para interpretar nuestro presente. En ese recorrido diacrónico nos encontramos con dos figuras fundamentales en la creación de Venezuela, en la formulación de su primer proyecto nacional, y en las luchas que contextualizaron la legitimación e implantación de los símbolos y representaciones sociales de la nación venezolana. Esas dos colosales figuras, instauradas en el imaginario venezolano como héroes civilizadores, dioses o semidioses, símbolos de la Patria, son las del Libertador Simón Bolívar (El Dios de la Libertad) y El General José Antonio Páez (El Centauro Llanero). De entre ambos personajes, hemos seleccionado al General José Antonio Páez, y específicamente su densa, paradójica y ambivalente representación simbólica como El Centauro Llanero, toda vez que en torno a ella se consolidaron en el imaginario colectivo las primeras ideas, símbolos y ritos que cristalizaron en la etnogénesis de Venezuela como nación libre e independiente, no sólo de España sino también, y fundamentalmente, de la Gran Colombia.


1. EL GENERAL JOSÉ ANTONIO PÁEZ Y LA INDEPENDENCIA DE VENEZUELA
General en Jefe de la Independencia de Venezuela y Presidente de la República en tres oportunidades, nace el 13 de junio de 1790 en una humilde casa a orillas del río Curpa, cerca de Acarigua (Edo. Portuguesa). Es el penúltimo hijo entre ocho hermanos. En la escuelita de Guama aprende a leer y escribir. En esta población vive su madre, María Violante, esposa de Juan Victorio Páez, empleado del estanco del tabaco en Guanare.
Tenía 17 años cuando fue enviado por su madre a llevar una suma de dinero y un expediente de familia a un abogado de Patio Grande, muy cerca de Cabudare. Inesperadamente lo asaltan para robarlo y en el instante en que le dieron la voz de entregar el dinero, acató a desmontarse de la mula por la derecha, lo que le dio la ventaja de poder sacar la pistola sin que lo viesen. Cuando el más atrevido lo enfrentó con un machete, Páez disparó y el hombre cayó; los compañeros huyeron. Páez montó en la mula y llegó a su casa sin comunicar este hecho sino a una de sus hermanas, pero en seguida comenzaron los comentarios señalándolo como autor de aquel suceso. Temeroso de un castigo que le parecía inevitable, huye por la vía de Barinas hacia las riberas del río Apure, y consigue trabajo en 1807 como peón en el hato de La Calzada, propiedad de don Manuel Pulido. Su caporal es un negro esclavo, apodado “Manuelote”, quien obliga a Páez a domar potros, atravesar ríos a nado y dormir a la intemperie. Páez sufre los rigores de las más rudas faenas del llano: domando potros se le ampollan las manos con el cabestro de cerda y en ocasiones tiene que montarlos en pelo. Sus muslos sufrieron tales rozaduras con las correas de cuero sin adobar que servían como arzones, que muchas veces sangraron.
Desde 1810 y hasta 1813 sentó plaza en el escuadrón de caballería de don Manuel Pulido, quien fue nombrado Gobernador de la Provincia de Barinas por la primera Junta de Gobierno que se formó el 5 de mayo de 1810. En 1813, siendo Páez sargento primero, pide la baja del ejército patriota y posteriormente recibe del gobernador realista de Barinas, Antonio de Tíscar y Pedroza, la orden de recoger un ganado (doscientos caballos y mil reses) y conducirlo a su cuartel general, comisión que cumplió; pero rechazó el cargo que Tíscar le ofreció como capitán.
Ante la escalada de violencia y muerte propias de las llamadas “guerras a muerte” que incluyeron prisioneros de guerra y civiles, implementada por los realistas desde 1812, Bolívar reacciona proclamando su propio Decreto de Guerra a Muerte el 15 de junio de 1813, en la ciudad de Trujillo de Nuestra Señora de la Paz. El decreto concluye: “...Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de Venezuela. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables”. Días después Páez se reincorporó a las tropas republicanas que mandaba Pulido en Santa Bárbara de Barinas, quien para conquistarlo para la causa republicana -luego de aquel servicio para el aprovisionamiento del Tíscar- le dio el mismo cargo que había rechazado en el ejército realista. En palabras de Páez: “… el gobierno de Barinas me confirió el grado de capitán en el ejército patriota, como recompensa por haberme negado a aceptar el mismo nombramiento en el ejército español (Páez, 1946: 28). Con Pulido siguió hasta la ciudad de Barinas que había sido evacuada por los realistas como consecuencia de la ofensiva del brigadier Simón Bolívar en su Campaña Admirable.
El 6 de agosto de 1813, Bolívar entra victorioso en Caracas, encabezando su ejército, luego de realizar suCampaña Admirable. Esta acción dio inicio a la llamada “Segunda República”, periodo cuya necesidad más urgente era crear condiciones para la gobernabilidad y superar la entropía creando símbolos y fronteras étnicas claras entre patriotas y republicanos.
Para ello se realizaron tres acciones concretas: 1. Formar dos centros de gobierno republicanos: uno en Caracas al mando de Bolívar y otro en Cumaná, dirigido por Santiago Mariño. 2. Conferir del título de Libertador a Simón Bolívar, por parte del pueblo y la Municipalidad de Caracas. 3. Fusilar los prisioneros españoles y canarios de Caracas y La Guaira, orden dada por Bolívar como implementación de la “Guerra a Muerte”. Pese a aquellas acciones, la guerra fratricida promovida por las elites de españoles peninsulares y de españoles americanos (extensión genética y cultural de los primeros en América), se hacía difícil el establecimiento de fronteras étnicas y la conformación de bandos claramente definidos para dar forma a la guerra y vislumbrar algún final a lo que debía ser una lucha de contrarios. Esa indefinición de símbolos y fronteras étnicas dio lugar a diversas insurrecciones anárquicas entre las que se destaca la de los llaneros acaudillados por José Tomás Boves, la cual adquirió el carácter de rebelión social a partir del segundo semestre de 1813.
Boves y sus llaneros, en un primer momento simpatizantes del movimiento republicano, terminan aliándose con los realistas, luego desconociendo las órdenes de éstos, y finalmente convertidos en una rebelión de pardos, mestizos y negros fuera del control de realistas y republicanos. Tras reiteradas victorias para los realistas (frecuentemente apoyados por los lanceros de Boves), cae la “Segunda República”, en febrero de 1814, habiendo sido el periodo de mayor intensidad en la aplicación del decreto de “Guerra a Muerte” y el de la erección de Bolívar como El Libertador: un símbolo que apenas comenzaba a consolidarse en el imaginario venezolano.
Por su parte, Páez también ha comenzado tímidamente su ascenso y figuración en el ejército patriota. Recibe órdenes en Barinas de atacar al comandante realista Miguel Marcelino, quien ocupaba a Canaguá con unos 400 soldados de caballería. Páez sale a cumplir la orden y el 27 de noviembre de 1813 sorprende y derrota a Miguel Marcelino, cayendo prisionera la mayor parte de su ejército. Es el primer triunfo de Páez. Posteriormente fue a Mérida y sirvió bajo las órdenes del comandante Antonio Rangel. En la población de Estanques, Páez tuvo un encuentro bélico con José María Sánchez, quien era un sanguinario muy temido por todos los merideños. En la refriega resultó muerto Sánchez, y Páez, siguiendo las tropas del General Urdaneta, quien se dirigía a Nueva Granada, llegó hasta Bailadores, pero allí, disgustado porque el jefe de caballería le ordenó que le entregara el caballo a otro oficial, se separó de ellos, resentido (1). Después de unos días de meditación concibe la idea de irse a los llanos y conquistar para el ejército patriota a los mismos hombres que habían luchado bajo las órdenes de Boves, Calzada y Yánez. A todos los Generales Patriotas les pareció una idea descabellada, pero Páez la puso en práctica, y con una decisión temeraria, se fue a los llanos y reclutó a muchos de aquellos llaneros para el ejército republicano, lo cual se tradujo en un factor decisivo para las posteriores victorias de los patriotas. Los mismos lanceros que antes habían derrotado a los ejércitos patriotas, ahora luchaban a su favor bajo las órdenes de Páez. Con sus lanceros, Páez venció en diversos combates, entre ellos los de Mantecal y Mata de la Miel. En este último lugar sorprendió al Coronel Francisco López y le hizo más de cuatrocientos prisioneros, además, quedaron en su poder una importante cantidad de caballos y todo el equipo de guerra.
Páez recibió orden del coronel Miguel Valdés de asistir en la Villa de Arauca a una junta de oficiales de Nueva Granada y Venezuela, a fin de conformar el gobierno provisorio conocido como el Gobierno de Guasdalito. En esa junta fueron elegidos el teniente coronel Fernando Serrano como presidente, y el coronel Francisco de Paula Santander como comandante general del ejército, entre otros. Para septiembre de ese año, considerando la importancia de Páez y sus lanceros para el desenvolvimiento de la guerra, se reúne nuevamente la junta de oficiales y propone un jefe único en quien confiasen los llaneros para que los condujese en la guerra. Esa junta -compuesta por los coroneles Juan Antonio Paredes y Fernando Figueredo; los tenientes coroneles José María Carreño, Miguel Antonio Vásquez, Domingo Meza y José Antonio Páez; y el sargento mayor Francisco Conde-, procedió a elegir a la persona que según ellos debía desempeñar simultáneamente las funciones de Serrano y Santander; es decir, un jefe absoluto de los llanos. La elección no podía recaer en otra persona sino en Páez, quien a partir de ese momento (septiembre de 1816) fue ascendido a general de brigada. Inmediatamente se sucedieron importantes triunfos para Páez como los del Yagual (el 11 de octubre de 1816), y Mucuritas (el 28 de enero de 1817) donde derrota al brigadier Miguel de la Torre luego de prenderle fuego a la sabana y hacer repetidas cargas de caballería contra la infantería realista, la cual se salvó de morir abrasada gracias a una hondonada con agua por la cual escapó. Ese año de 1817, continuaron las victorias de Páez en San Antonio de Apure (13 de abril), paso de Apurito (18 de junio), paso de Utrera (20 de junio), Barinas (14 de agosto) y Apurito (8 de noviembre). Esa formidable campaña bélica fue el preludio del encuentro que sostuvo el 30 de enero de 1818 el general de brigada José Antonio Páez con el general en jefe Simón Bolívar, quien venía de Angostura con su ejército realizando la Campaña del Centro. El encuentro de ambos jefes y sus ejércitos sería decisivo en las operaciones contra el ejército del general Pablo Morillo, y para la independencia de la América.
Las operaciones comenzaron con la Toma de las Flecheras, una maniobra ideada por Páez y en la cual 50 de sus lanceros capturaron las naves realistas que permitieron al ejército libertador cruzar el río Apure por el paso del Diamante. El 12 de febrero de 1819, Páez dirige la vanguardia como comandante del ejército patriota en la batalla de Calabozo, en la cual es derrotado Morillo. Luego combate en la Uriosa (15 de febrero), El Sombrero (16 de febrero), y el 22 de ese mes recibe el nombramiento de gobernador de Barinas y la misión de liberar a San Fernando de Apure, lo cual realiza el 8 de marzo. Luego de estos triunfos y otros en enfrentamientos menores, Páez al frente de 150 lanceros, derrota al ejército realista del general Morillo comandado por el teniente coronel Narciso López, en Las Queseras del Medio, el 2 de abril de ese año. El propio Páez relata esta hazaña en su autobiografía (cf. Páez, 1946), de la cual presentamos el siguiente resumen:
Un oficial de la caballería realista se pasó al bando republicano y antes de presentarse al Jefe Supremo (Bolívar), le informó a Páez que Morillo había organizado un plan para hacerlo prisionero. Después de esto corrió a ver a Bolívar, y habiéndole referido el plan de Morillo, Páez pidió permiso a Bolívar para pasar el río (Arauca) con un cierto número de sus lanceros, y atraer a los realistas hasta el lugar donde estaba el ejercito patriota, para que Bolívar los emboscara en las orillas del río con la artillería. La estrategia se completaría cuando, con su táctica habitual de volver caras, Páez con sus lanceros cargase de frente en aquel momento, mientras las fuerzas emboscadas atacaban de flanco. Accedió Bolívar a sus deseos e inmediatamente con ciento cincuenta hombres cruzó el río, y al galope se dirigieron al campamento de Morillo. Los realistas emprendieron la persecución de Páez y sus lanceros y éste les fue entreteniendo con frecuentes cargas y retiradas hasta llevarlos al punto que habían convenido para la emboscada. Muy apurada era la situación de los lanceros, pues el enemigo les venía acorralando por ambos costados con su caballería, y les acosaba con el fuego de sus fusiles, pero desafortunadamente para el comandante realista Narciso López, Páez encontró la oportunidad de pasar a la ofensiva. Páez ordenó al comandante Rondón, que atacase a viva lanza al escuadrón de carabineros comandados por López y se retirara sin pérdida de tiempo antes de que lo cercasen las dos alas de la caballería enemiga. La finalidad de aquel ataque de Rondón y sus lanceros era que las dos alas de caballería enemiga formasen una sola masa mientras le perseguían; para entonces volver riendas (volver caras) y atacarlos de frente. El mismo Páez escribe estas páginas, que son de las más celebradas y difundidas por la historia patria, y en las que el centauro llanero no duda en calificar sus hazañas y las de sus lanceros como la reedición de las más grandes proezas de los dioses y héroes de la antigua Grecia:
“Cargó Rondón con la intrepidez del rayo, y López imprudentemente echó pie a tierra con sus carabineros. Rondón le mató a alguna gente y pudo efectuar la retirada sin que lograsen cercarlo. Al ver que las dos secciones de la caballería (enemiga) no formaban más que una sola masa, para cuyo objeto había ordenado el movimiento a Rondón, mandé a mi gente volver riendas y acometer con el brío y coraje con que sabían hacerlo en los momentos más desesperados. Entonces la lanza, arma de los héroes de la antigüedad, en manos de mis ciento cincuenta hombres, hizo no menos estragos de los que produjera en aquellos tiempos que cantó Homero. Es tradición que trescientos espartanos, a la boca de un desfiladero, sostuvieron hasta morir, con las armas en las mano, el choque de las numerosas huestes del rey de Persia, cuyos dardos nublaban el sol: cuéntase que un romano solo disputó el paso de un puente a todo un ejército enemigo. ¿No será con eso comparable el hecho ejecutado por los cientos cincuenta patriotas del Apure? Los héroes de Homero y los compañeros de Leonidas sólo tenían que habérselas con el valor personal de sus contrarios, mientras que los apureños, armados únicamente con armas blancas, tenían también que luchar con ese elemento enemigo que Cervantes llama ‘diabólica invención, con la cual un infame y cobarde brazo, que tal vez tembló al disparar la máquina, corta y acaba en un momento los pensamientos y la vida de quien merecía gozar luengos años’. Cuando vi a Rondón recoger tantos laureles en el campo de batalla, no pude menos que exclamar: ¡Bravo, bravísimo, comandante!. General –me contestó él-… así se baten los hijos del Alto Llano. Todo contribuía a dar a aquel combate un carácter de horrible sublimidad: la noche que se acercaba con sus tinieblas, el polvo que levantaban los caballos de los combatientes de una y otra parte confundiéndose con el humo de la pólvora, hacían recordar el sublime apóstrofe del impetuoso Ayax cuando pedía a los Dioses que disipasen las nubes para pelear con los griegos a la clara luz del sol. La caballería enemiga se puso en fuga; la infantería se salvó echándose sobre el bosque y la artillería dejó sus piezas en el campo, lo cual no pudimos ver por la oscuridad de la noche. Finalmente, mucho antes de amanecer se puso Morillo en retirada para Achaguas (Páez, 1946: 181-182).
Señala Páez que los muertos del ejército realista ascendieron a casi quinientos; mientras él sólo tuvo cuatro heridos y dos muertos. Bolívar, quien con los demás jefes del ejército había presenciado la batalla, no dudó en calificar aquella hazaña como la más extraordinaria de las proezas militares de todas las naciones. Terminada la acción bélica entregó la Cruz de los Libertadores a los ciento cincuenta lanceros y la siguiente proclama “A los Bravos del Ejército de Apure”:
“Soldados! Acabáis de ejecutar la proeza más extraordinaria que puede celebrar la historia militar de las naciones. Ciento cincuenta hombres, mejor diré ciento y cincuenta héroes, guiados por el impertérrito Páez, de propósito deliberado han atacado de frente a todo el ejército español de Morillo. Artillería, infantería, caballería, nada ha bastado al enemigo para defenderse de los ciento y cincuenta compañeros del intrepidísimo Páez. Las columnas de caballería han sucumbido al golpe de nuestras lanzas; la infantería ha buscado un asilo en el bosque; los fuegos de sus cañones han cesado delante de los pechos de nuestros caballos. Sólo las tinieblas habrían preservado a ese ejército de viles tiranos de una completa y absoluta destrucción. ‘¡Soldados! Lo que se ha hecho no es más que el preludio de lo que podéis hacer. Preparaos al combate, y contad con la victoria que lleváis en las puntas de vuestras lanzas y de vuestras bayonetas’” (Simón Bolívar, Proclama Firmada en el Cuartel General en los Potreritos Marreñeros, a 3 de abril de 1819).
La fiereza de Páez y sus lanceros en la batalla no sólo recibió el reconocimiento de patriotas y realistas, sino también las más insólitas hipérboles que representaban a Páez y a sus lanceros como seres sobrenaturales. En su parte militar, el historiador del General Pablo Morillo –Torrente-, escribe que el ejército realista había sido vencido por “… quinientos llaneros de figura gigantesca y de hercúlea musculatura” (en Páez, 1946: 184). Las reiteradas victorias y hazañas de Páez y sus lanceros a caballo, la proclama de Bolívar resaltando la impotencia de los cañones de los realistas frente al pecho de los caballos de los llaneros, el uso que hace Páez de las figuras épicas de la mitología griega para representar su valor y el de sus lanceros en la batalla, y los testimonios de los realistas sobre “las gigantescas y hercúleas musculaturas de los lanceros”, no tardaron en configurar en el imaginario colectivo la representación social de Páez como un ser sobrenatural, como un semidiós, como el Centauro Llanero fundador de la República (cf. Martínez, 1947; Cova, 1947; Nucete, 1968; Pérez, 1973). El 6 de mayo de 1873 murió Páez exiliado en Nueva York, pero la resonancia de aquella imponente imagen, mitificada por patriotas y realistas, se extendió a través del espacio y el tiempo, adquiriendo una función simbólica fundamental en la construcción de la nación venezolana (cf. Polanco Alcántara, 2001).

2. LOS SIMBOLISMOS Y SUS
INTERPRETACIONES
2.1. Las metáforas zoomorfas
Cuando intentamos precisar lo que un símbolo (zoomorfo o antropomorfo) representa en el imaginario colectivo de una determinada sociedad, procedemos de igual manera que cuando deseamos establecer el significado de una metáfora. En ambos casos establecemos relaciones y similitudes entre la sociedad humana y el reino animal, interpretando la primera metafóricamente con el segundo, y viceversa.
“La mayor parte de los análisis del simbolismo de los animales muestra el reino animal como una proyección o una metáfora de la vida social; el análisis depende implícitamente de la semejanza o la representación pictórica. Esa dependencia puede ser directa, como cuando se dice que el animal revela sentimientos humanos particulares, tales como la compasión o la crueldad. O más indirecta, como cuando por su diligencia o su carácter revoltoso, por ejemplo, se considera que un animal representa ciertos tipos de conducta humana. Todas las identificaciones metafóricas dependen de establecer un paralelo. El ejercicio es identificar alguna similitud en ambos campos” (Douglas, 1998: 136).
En nuestro caso, el análisis fundamentado en las similitudes, alude a las representaciones físicas o mentales que se tiene de un ser mitológico (el centauro) y una persona (Páez), puestos en correlación. Pero, como puede apreciarse, las correlaciones encontradas expresan la necesidad que tiene toda cultura de dar significado, clasificar e identificar a individuos y grupos atribuyéndoles, remarcando y simbolizando sus particularidades. Este uso, que es uno de los más extendidos de las metáforas animales, enfrenta al antropólogo a dos abordajes estrechamente vinculados: por una parte, interpretar la metáfora desde sus similitudes o analogías a partir de la representación mental o física (pictórica), y por la otra, precisar los significados y efectos prácticos de su utilización en su contexto cultural específico.
Cualquier interpretación de la metáfora del centauro llanero como un semidiós fundador de la nación, sustentada sólo en el ejercicio mental de establecer similitudes entre la representación pictórica y losperformances de la figura míticas zoomorfas (centauros) y la imagen y los performances del personaje de la historia independentista (Páez); padecería las debilidades de todas las interpretaciones basadas sólo en el establecimiento de similitudes. Esto es, que todas las interpretaciones de la metáfora son posibles, porque no existen límites para la imaginación a la hora de encontrar semejanzas entre dos objetos, pero ninguna interpretación podrá garantizar una explicación del contenido de la metáfora, que resulte coherente y adherente a la realidad estudiada, hasta tanto se valide esa interpretación en el contexto donde es utilizada la metáfora. Esto no implica que la metáfora tenga una sola interpretación, sino que la interpretación propuesta debe estar confirmada por las prácticas culturales del grupo que utiliza la metáfora.

2.2. Más allá de las interpretaciones por
analogía
En palabras de Douglas “…la similitud no explica la metáfora ni la verdad metafórica. O para decirlo de manera inversa, la práctica de referirse a dos objetos metafóricamente constituye su similitud” (1998: 137). Ciertamente, podríamos llegar a la conclusión que la similitud entre dos objetos (físicos o mentales) relacionados metafóricamente, se reduce únicamente al hecho de ser referidos como similares; porque -como ha señalado Goodman (1972)-, la similitud no es una propiedad de las cosas en sí mismas sino una cualidad relativa, variable y dependiente de un uso específico, de un hábito, una práctica, una teoría, o una hipótesis que, según el grupo sociocultural en cuestión, identifica las propiedades comunes que permiten construir la similitud. Por lo que descifrar el mensaje metafóricamente expresado impone, paralelamente, la determinación del código, la teoría, la hipótesis o el uso que le dio sentido a la metáfora, como recurso para la predicción, clasificación e interpretación de la realidad. Esto sólo puede realizarse analizando los efectos prácticos de la aplicación de esa interpretación en el contexto social estudiado.
“…la similitud depende del uso, de un hábito, una práctica, una teoría, por pequeña que sea, o una hipótesis, aunque sea implícita, que identifica las propiedades comunes que se mantienen para construir la similitud. Si el antropólogo puede determinar la teoría foránea y puede mostrar que esos foráneos utilizan la teoría para la predicción, la producción o como recurso, su interpretación pisa pues terreno seguro. De lo contrario, lo más probable es que el antropólogo esté forzando la similitud dándole más valor del que en realidad tiene (Douglas, 1998: 138).
Superada la etapa de las interpretaciones por analogía, el siguiente paso es ahora relacionar las diferentes dimensiones en que se expresa la metáfora. No se trata sólo de establecer la coherencia entre diferentes metáforas (centauros, leones, dioses, semidioses, etc.), sino de establecer las implicaciones que esas significaciones de la metáfora tienen en los diversos niveles o estructuras simbólicas de la vida social. Este método, denominado por Geertz (1989) “descripción densa”, es definido por este autor como un procedimiento para comprender las estructuras superpuestas de inferencias e implicaciones, que dan sentido a la trama de significaciones que constituyen a cada cultura.
El concepto de cultura que propugno… es esencialmente un concepto semiótico. Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones. Lo que busco es la explicación interpretando expresiones sociales que son enigmáticas en su superficie (Geertz, 1989: 20).
La descripción densa será el resultado de la concatenación de usos, significados e implicaciones de la metáfora en su contexto. Así, la concatenación de esos significados no estará basada en las similitudes, sino en los soportes institucionales que la confirman, en la coherencia que adquiere su interpretación en cada uno de los estratos y contextos de la cultura donde se presenta la metáfora. “Como las significaciones de los pueblos estudiados están densamente intercaladas, el etnógrafo debe tener la habilidad sutil de descubrir los diversos estratos. La fuerza que tiene esta forma de investigar para ser convincente depende de la coherencia entre múltiples contextos que sea capaz de mostrar” (Douglas, 1998: 141). Interpretemos ahora la enigmática figura del centauro en algunos de los estratos donde se presenta, comenzando por su más antiguo contexto: la mitología griega.
3. LA METÁFORA DEL CENTAURO Y SUS INTERPRETACIONES
3.1. Centauros, semidioses y héroes de la mitología griega
En la mitología griega, los centauros son considerados una raza de feroces seres habitantes de las regiones montañosas de Tesalia y Arcadia. Sus representaciones en los frisos y metopas del Partenón de Atenas, con forma humana de la cabeza a la cintura, y con el bajo vientre y piernas de caballo; destacan su crueldad y violencia en el combate. Además, como seguidores de Dionisio –dios del vino-, se caracterizó a los centauros por su embriaguez y lascivia, lo cual les costó su expulsión de Tesalia cuando, en un frenético estado de embriaguez, intentaron raptar a la novia del rey de los lapitas en su propia fiesta de bodas. El mito abre espacio para una excepción entre los centauros, es el caso de Quirón, quien se destacó por su bondad y sabiduría, y educó a varios héroes griegos, entre ellos a Aquiles y Jasón.
En el palacio del que era huésped, Ixión miró a Hera y la deseó para sí. Hera informó de esto a Zeus. Para descubrir la verdad, Zeus formó con nubes una imagen de su esposa; Ixión abrazó a la nube y engendró en ella una criatura semi-hombre, semi-caballo. Airado por el doble crimen de Ixión, Zeus ató al malhechor a una rueda de fuego alada que gira siempre en el aire mientras el penitente repite las palabras: ‘¡Debes recompensar a tu benefactor con agradecimiento!’ La escena del castigo fue trasferida más tarde al Inframundo. En toda esta historia puede reconocerse con facilidad el castigo de un dios solar más viejo y salvaje, que debió ser domeñado por el gobierno de Zeus. Ixión engendró en la nube sin concurso de Cárite alguna, es decir, sin Afrodita… Del hijo de Ixión, un ser de doble aspecto llamado centauro, se decía que se ayuntaba con las yeguas del monte Pelión. Ese fue el origen de los Centauros, habitantes de los bosques sobre cuyo cuadrúpedo cuerpo de caballo aparecía la parte superior del cuerpo de un hombre (Kerényi, 1997: 159).
3.2. La metáfora figurada
Parece lícito pensar que la metáfora del centauro llanero debe interpretarse a partir de la representación del General Páez como un ser excepcional, capaz de fundir en un solo ser la inteligencia e ideales del hombre y héroe civilizador, y la ferocidad e ímpetu del animal. Pero además, al aludir a la naturaleza mixta del centauro y su linaje divino (descendiente del dios Ixión), es posible postular algunas lecturas adicionales de la metáfora.
Gracias a la naturaleza mixta del centauro (mitad hombre, mitad caballo) este ser mitológico estaría en condiciones de vehicular alegóricamente las características de este héroe de la independencia americana en su naturaleza mixta de hombre deificado o dios humanizado (cf. Rose, 1970). Un hecho bien conocido de la historia de América es la deificación de los héroes de la independencia y su culto, como “Padres” de las naciones que crearon a costa de sangre (cf. Cova, 1943; Ludwin, 1966; Arciniegas, 1983; Carrera Damas, 1973).
En el caso de Bolívar, es evidente que su figura ecuestre, erigida en la gran mayoría de las plazas centrales de nuestras ciudades, es una representación material creada bajo la misma dinámica con que son creadas las imágenes de los dioses. La impronta de esta mitificación y deificación se extiende y profundiza desde el siglo XIX hasta nuestros días, cuando –por ejemplo- en cultos religiosos como el de María Lionza “… el héroe nacional (Simón Bolívar-Libertador) toma un carácter divino…” (García Gaviria, 1987: 87). Por su parte, los venezolanos que conocieron a Bolívar en las primeras décadas del siglo XIX, expresaron este fenómeno de diferentes formas. Entre ellas pueden señalarse algunas versificaciones populares que le representan como poseedor de poderes sobrehumanos para matar españoles europeos y canarios, y cabalgar sobre un caballo que en la guerra se vuelve un rayo (2).
El proceso de construcción simbólica que deificó a Bolívar y mitificó a su “extraordinario caballo”, es el mismo proceso que hizo de la figura ecuestre de Páez, un símbolo sacralizado que en sus momentos de gloria fue tenido como un semidiós. La significación e importancia de la efigie del centauro llanero, llegó incluso a desplazar en algún momento la figura de Bolívar (Padre de la Patria y héroe civilizador por excelencia). Esta sustitución se hace particularmente evidente en la etnogénesis de Venezuela, toda vez que la Gran Colombia (creada por El Libertador Simón Bolívar, el 17 de diciembre de 1819), es fragmentada en 1830, y es Páez quien asiste el nacimiento de Venezuela como nación libre e independiente, convirtiéndose en su primer presidente. Es con Páez con quien cristaliza y nace la nación venezolana como tal, y es de él de quien recibe muchos de los símbolos que la identifican. Es la imagen del llanero, con sus mitos, leyendas y tradicional atuendo, la que define el prototipo del venezolano. Además, el joropo y el cuatro con que él mismo cantaba y se acompañaba al pié del arpa, fueron erigidos como la música y e instrumentos típicos nacionales. Otro aspecto importante para la interpretación de la metáfora del centauro llanero es su utilización como el animal símbolo de los americanoscapaz de derrotar al animal símbolo de los europeos.
3.3. Las luchas del centauro y el león como teoría para la explicación y predicción
Un aspecto bien conocido sobre el simbolismo dado al rey de España y remarcado durante la independencia de América, es su representación zoomorfa con el león. Este simbolismo es recogido en el himno argentino que dice:
Oíd mortales el grito sagrado:
Se levanta a la faz de la tierra
¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!
Una nueva y gloriosa nación
Oíd el ruido de rotas cadenas,
Coronada su cien de laureles,
Y ensalzad a la noble igualdad.
Y a sus plantas rendido un león.
Cave destacar el uso de los animales símbolo para vehicular significaciones factibles de ser utilizadas en la explicación y predicción de la realidad. En este sentido, resultan de interés las míticas luchas del centauro y el león, referidas por Schneider (1998), quien en su “ensayo histórico-etnográfico sobre la subestructura totemística y megalítica de las altas culturas y su supervivencia en el folklore español”, señala: “Una impronta de sello de Asiria y una miniatura de Samarkand muestran un centauro matando a un león. El sol, el rey, el centauro y el toro,… son… congénitos al león” (1998: 115).
Es posible entonces hipotetizar que la metáfora del centauro no se refirió sólo al carácter heroico de la figura ecuestre de Páez y a su feroz desempeño en la guerra, sino también al sueño de los patriotas por representar y repetir en su comportamiento histórico la realización concreta del mito griego. Tal como lo hace al describir la batalla de Las Queseras del Medio, el sueño mítico de Páez y sus lanceros fue encarnar y protagonizar los héroes y hazañas del más colosal mito fundacional de la sociedad europea occidental, para fundar ahora la nación americana. De hecho, la creación de los mitos fundacionales de las nuevas naciones americanas, se ha realizado con los redecorados de los antiguos mitos de las sociedades occidentales y las sociedades indoamericanas. Esta redefinición de los mitos de origen ha dado soporte a las nuevas etnicidades que bajo los ropajes del nacionalismo produjeron la escisión de los imperios y el surgimiento de los actuales estados nacionales (cf. Hobsbawm, 2004; Benedict, 1997).
En el caso de la guerra independentista, este proceso fue coadyuvado por la utilización del himno nacional argentino, el cual vehiculó la imagen del león ibérico rendido a los pies de los americanos. Esta canción patriótica sirvió como recurso simbólico para producir un nuevo imaginario social. Promovió la creación de diferencias ideológicas y la conformación de grupos dispuestos a integrarse en ejércitos polarizados y dispuestos a materializar las luchas míticas entre el león ibérico y el centauro llanero. Este himno era interpretado por la guardia de honor de Páez (quinientos lanceros) y dirigido personalmente por él (3). La poderosa y privilegiada voz de tenor de Páez aupaba a su guardia de honor a entonar, interiorizar y representar en su propio desempeño el contenido mítico de ésta y otras canciones patrióticas, especialmente en los momentos de mayor angustia, circundantes al fragor de sus encarnizadas batallas (4).
4. LA REVOLUCIÓN, SUS AMBIGÜEDADES Y PARADOJAS
4. 1. Los lanceros: entre Boves y Páez. Páez: entre Tíscar y Bolívar
La erección de Páez como el centauro llanero, se inscribe en un periodo histórico de particular carencia o insipiencia de símbolos consolidados que permitiesen establecer claramente las ideologías y los bandos en combate. Esto se evidencia en la incursión de Bolívar en el ejército del rey y al servicio de la monarquía, y su separación de éste para convertirse en su más pertinaz enemigo. También en la participación de los lanceros de Boves en principio derrotando a los republicanos y luego convirtiéndose en el factor más decisivo de sus victorias al mando de Páez; e incluso en los servicios del mismo Páez a Tíscar y el ejército realista. En ese paradójico contexto histórico asistimos a la construcción simbólica del Centauro Llanero, y con él a la articulación de los antiguos mitos fundacionales de la sociedad occidental con los códigos simbólicos propios de los llaneros. Este simbolismo permitió a Páez cohesionar a los llaneros en torno a un conjunto de elementos culturales consustanciados con su propios códigos culturales, más que en torno a la distante y etérea idea de laRepública.
“…hay aspectos de las identidades -códigos simbólicos- que son involuntarios, aprendidos por la fuerza de la presencia de ellos en la vida diaria, su objetivación es la que permite reconocerse con cierta continuidad en el devenir del tiempo. La rutina los hace… naturales… En estos códigos están inmersos los nexos de solidaridad y pertenencia a todas las prácticas institucionales…” (García Gaviria, 2003: 27).
Para garantizar su supervivencia, los llaneros no se inclinaron por realistas o patriotas, sino por el caudillo en quien se veían representados: imprescindible divisa para garantizar su adherencia y fidelidad. Quitar a Boves e instaurar a Páez como símbolo de su unidad, no constituyó para los lanceros el producto de una sesuda reflexión sobre el sistema monárquico o republicano, sino del reconocimiento en Páez de los códigos simbólicos naturales propios de los llaneros, ante los cuales no podían ser indiferentes, como si podían serlo frente a los encendidos discursos filosóficos esgrimidos por realistas y patriotas en la elitesca confrontación de sus universos simbólicos (cf. Medina y Mora Queipo, 2002). Fue precisamente la falta de talante popular de los discursos de las elites realistas y republicanas, la que generó la “indiferencia y neutralidad” contra la cual se lanzó el decreto de “Guerra a Muerte”. Este decreto es el marco jurídico que mejor expresa ese momento histórico, por cuanto vierte una carga de sentido inédita a las acciones que a partir de ese momento y según fuese el caso, significarían la vida o la muerte de las personas.
El mismo Páez asume su defensa ante el ejército republicano y la Historia, para excusar el servicio realizado al ejército realista comandado por Tíscar. En su autobiografía, Páez señala:
“Nunca serví en las tropas del rey, y es probable que la errónea suposición de algunos historiadores que dicen lo contrario, haya tenido origen en la mencionada entrevista con Tíscar, la remisión del despacho de que he hablado antes y el desempeño de la comisión que se me dio para recoger ganado y que tuve que cumplir contra mi voluntad” (1946: 28).
4.2. De la metáfora a la realidad social y sus teorías
El estudio de la metáfora del centauro llanero (así como la de El Libertador), constituye un elemento de particular interés para examinar las condiciones sociales que demandan clasificaciones concisas y exhaustivas en los procesos de construcción y definición de los grupos étnicos. Nuestro estudio de la metáfora del centauro llanero en la revolución independentista ha discurrido en torno a una pregunta crucial para la teoría antropológica, esta es: ¿Qué condiciones sociales demandan clasificaciones polarizadas (e incluso de metáforas zoomorfas o deificaciones) para escindir un grupo social, redefiniendo su identidad y su patrimonio cultural? El contexto independentista hispanoamericano constituye un escenario particularmente privilegiado para avanzar en la consecución de respuestas a esta pregunta.
En atención al caso estudiado, podemos señalar que la imperiosa necesidad de convertir una guerra fraticida en una guerra entre naciones, cuando aún no existían las naciones, fue una de las razones que impusieron la necesidad de recurrir, incluso, a producción de las metáforas zoomorfas. Diversas construcciones simbólicas tuvieron lugar durante la segunda república, sin duda, una de las más significativas fue la declaración del decreto de “Guerra a Muerte”. Este decreto, fue el germen de la radicalización del conflicto y por lo tanto de la polarización de los símbolos y prácticas de los bandos aún indiferentes frente al combate. En este proceso se crearon y remarcaron las fronteras étnicas entre españoles y americanos. Se definieron los símbolos de cada grupo y, trascendiendo el plano discursivo, se objetivaron en la realidad material de la confrontación y la muerte.
El caso de Páez es expresión de una realidad social llena de ambigüedades. Forzada a producir y articular códigos, mitos, dioses, semidioses y representaciones zoomorfas a fin de que la sociedad se viese representada en una realidad republicana cuya forma y contenido eran inéditos, y en buena medida artificiales. Es bueno decir que estos artificiales contenidos y formas republicanas impuestos a la “nación venezolana decimonónica”, sólo han adquirido sentido en la medida que se han articulado en la matriz y códigos culturales propios. No obstante, para darle paso a esa articulación cultural, se crearon y remarcaron fronteras étnicas en el seno de la unidad sociopolítica hispanoamericana. Y se implementó –entre otros recursos- el decreto de “Guerra a Muerte”, cuya vigencia durante siete años sólo fue revocada en noviembre de 1820, cuando estuvo controlado el mayor peligro desatado por la guerra: la entropía, traducida en rebelión social incontrolable. De esa desesperada lucha contra la entropía, contra la muerte sin sentido, sin forma ni colores, es tributaria la erección del General José Antonio Páez como el Centauro Llanero.
Notas
1. Páez con sencillez nos dice que cumplió la orden de entregarles el caballo, aunque era de su propiedad, y ¡muy bueno!
2. Así puede observarse en el juicio que se sigue a cinco hombres, que están presos por haber participado en un baile en la ciudad de Caracas, en diciembre de 1815, donde se cantó y bailó joropo con coplas subversivas en honor a Bolívar. La notificación enviada al gobernador de esa ciudad reza: “El Sargento Mayor de la Plaza, D. Antonio Guzmán, participa al Gobernador interino de Caracas, D. Juan Nepomuceno Chourio de un baile en casa de la señora Juana Morales, en el cual cantaban canciones insurrectas, como esta: ‘El Gral. Bolívar tiene un caballo, para matar Españoles Europeos y Canarios’. Por esta causa fueron llevados los cinco hombres del baile a la cárcel y puestos sin comunicación… El Dr. Isidro González, Juez Suplente del Supremo Tribunal de Apelaciones, declaró haber oído en dicho baile las redondillas: ‘El Gral. Bolívar tiene un caballo que cuando va a la guerra se vuelve un rayo’ ” (Archivo General de la Nación, Tomo XXVI, expediente No 2, año 1815).
3. El Maestro Vicente Emilio Sojo (1887-1974) señala que el General José Antonio Páez poseía una enérgica voz con la tesitura de un excelente tenor. De hecho reseña que “El Dr. Adolfo Carranza, argentino, contertulio de Páez en la ciudad de Buenos Aires, dice: Páez (tenía entonces 78 años), poseía una voz poderosa, con la que cantaba el Miserere de El Trovador; y, con agilidad increíble saltaba tarareando canciones andaluzas” (1954: 3). Al referirse a la “Flor del Retiro”, un valse lento cuya letra y música fueron compuestos por Páez en Buenos Aires, señala Sojo: “… la música se elevaba cuatro veces hasta el Do agudo (el nunca bien alabado Do de pecho de “El Trovador”), y a los 78 años de edad lo cantaba sin que el gallo apareciera” (1954: 5).
4. De ello dio testimonio el viajero inglés Vowel, quien en 1818, lo encontró en los llanos de Barinas dirigiendo su guardia de honor, mientras cantaban precisamente el himno nacional argentino, luego de una sangrienta lucha (cf. Sojo, 1954).

Referencias Documentales
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2. BENEDICT, A. 1997. Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Fondo de Cultura Económica. México.         [ Links ]
3. CARRERA DAMAS, G. 1973. El Culto a Bolívar. Edic. UCV. Caracas.         [ Links ]
4. COVA, J. 1947. El Centauro: vida del general José Antonio Páez. Edit. Venezuela. Buenos Aires.        [ Links ]
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14. MEDINA, C. y MORA QUEIPO, E. 2002. “El Obispo Lasso de la Vega en la Confrontación de Universos Simbólicos de la Época Independentista”. Ágora No. 10: 155-179.         [ Links ]
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19. ROSE, H. J. 1970. Mitología Griega. Edit. Labor. Barcelona (España).         [ Links ]
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21. SOJO, V. E. 1954. Algunas noticias acerca de las aficiones musicales del General José Antonio Páez.Ministerio de Educación. Caracas.         [ Links ]


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