miércoles, 12 de noviembre de 2014

JOSE MANUEL BRICEÑO GUERRERO





(Del libro El pequeño Arquitecto del Universo)
UNO

He decidido ser sincero. Decir la verdad. No puede un hombre hacer nada importante –auténtico– si está inhibido por consideraciones y respetos. El temor de herir, el deseo de agradar. Me había gobernado hasta ahora el intento mimético de pasar inadvertido para no sufrir sin necesidad la hostilidad de los otros. Soy diferente y los muchos desconfían del que diside, esto lo sé bien. Además, cuando no lo asiste ningún poder superior tienden a excluirlo por el rechazo, a aniquilarlo por el desprecio y la burla, a suprimirlo por la agresión abierta. Yo quería evitar el conflicto; escogí la comodidad.

Pero me animaba también una delicada consideración hacia los demás: no inquietarlos, no escandalizarlos. Aunque en el fondo quizás era pereza: no verme obligado a remediar la consiguiente desazón con explicaciones, obedeciendo la ley aquella del oráculo «el que hirió curará».

Otra motivación rivalizaba con las anteriores: el pudor, en mí siempre más fuerte que el deseo de exhibirme. Cada vez que exteriorizaba mis pensamientos y sentimientos me sentía obsceno y me avergonzaba.

Voluntariamente me dejaba contagiar por el estado de ánimo de los más cercanos en cada ocasión. El último en hablar tenía siempre razón. Cuando había discusiones y disputas yo me mostraba perplejo y confundido y esperaba el resultado, o me retiraba prudentemente para que no me obligaran a tomar partido. Si alguien me preguntaba algo, yo procuraba averiguar o adivinar lo que a él le gustaría oír, y si no lo lograba respondía en forma ambigua o declaraba que la cuestión era muy complicada y difícil, fingiendo a veces una necesidad urgente de orientación y guía. Me comportaba así en política, religión, arte, vida social, deportes, en la escogencia de trabajo, ropa y arreglo personal, medios de transporte, muebles, distracciones, comida y bebida.
Pero un acontecimiento inesperado me produjo cambios importantes de actitud. En ocasión de examen médico para certificado de salud se reveló enfermedad incurable. Tengo los días contados.
Me conmovió devastadoramente ese descubrimiento, no lo niego; pero no me sorprendió mucho, excepto en la precisión del lapso. Siempre supe obscuramente que iba a morir algún día, pero vivía como si fuera inmortal, por lo menos en el nivel superficial y falso de la consciencia.

En el fondo sabía de la muerte no sólo como fin en el futuro, sino también como presencia actual en la entraña de la vida; no en vano había visto, sentido y comprendido al sol azteca que tiene una calavera en el centro. Pero en la cotidianidad trasladé lo fundamental radical hacia lo temporal, puse la muerte en el futuro, consideré la vida como una cantidad disponible para gastarla mientras durara y me consideré a mí mismo como un usuario y consumidor de vida sin preguntarme quién era ese supuesto yo que así gastaba y malgastaba; sin preguntarme tampoco si esa analogía era adecuada ¿cómo podía preguntármelo? Esta había surgido espontáneamente y yo la había recibido junto con el lenguaje sin someterla a examen.

Viendo la cosa en términos de tiempo, mis días siempre han estado contados, sólo que yo no sabía la cuenta ni me importaba, como no la sé ahora con seguridad: los médicos suelen equivocarse; pero el desahucio me ha devuelto la claridad. Comienzo a vivir conscientemente bajo el ojo yerto y crudo de la muerte. Me alumbra con un temor angustioso, único en su especie, que vuelve inofensivos los otros miedos, quita sentido a todo escondite, desprecia la posibilidad de molestar y desbarata toda imaginable comodidad. Así alumbrado, me parecen ahora el aislamiento error y la separación pecado.
Abandono el intento de pasar inadvertido, al menos por escrito, aunque tal vez lo logre involuntariamente si nadie pone atención a lo que escribo.

Veo que el hombre es en gran medida comunicación, palabra. Para él, ser es decir. No totalmente, porque lo vivido es, de alguna manera, extraverbal; pero pide palabra y sufre si ha de permanecer inexpresado, en lo inefable.

Veo que para ser hombre en plenitud, para morir como hombre completo, para haber sido debo convertirme en palabra. Contar para existir. Ser es ser dicho.

Lengua madre, señora de la mentira y del error, si me ayudaste a vivir en la hipocresía y el disimulo, si me enseñaste a huir cobardemente de la crueldad de los otros, si encubriste mis púdicas entrañas de la mirada hostil, escúchame ahora.

Lengua madre, señora de la profecía y de la ciencia, tú que arropas con ternura las revelaciones de los místicos y de los soñadores y gobiernas con mano firme los discursos del pensador, tú que incendias la boca de los oradores sagrados y de los jefes de guerreros, si de noche a solas y en secreto, a pesar de mi insignificancia y pequeñez, sufriste que yo recorriera con lujuria las redondeces turgentes de tu carne y que buscara tus depresiones mórbidas, el juego de tus articulaciones, la vibración de tus arterias y tus nervios, si toleraste que yo hundiera lascivo mi cabeza en tu vientre y me respondiste con ardor, si fuiste conmigo a repasar el tortuoso devenir de los pueblos, el dédalo de los pensamientos, el piélago incesantemente agitado de las emociones, si me llevaste en vuelo hacia el enigma de los astros y si yo cada día atendí tu santuario y te sacrifiqué miembros calientes, corazón candoroso, concédeme este deseo: que mi verdad se vuelva verbo, madre. 


Fragmento tomado de:


JOSÉ MANUEL BRICEÑO GUERRERO

Nació en Palmarito, estado Apure, Venezuela (1926). Cursa sus primeros estudios en Barinas. Su adolescencia transcurre en Barquisimeto (Lara) donde también cursas sus estudios de secundaria. El Maestro Briceño, como lo llaman sus numerosos discípulos, o por el seudónimo Jonuel Brigue. Filósofo, ensayista y narrador; profesor Titular, jubilado de la Universidad de Los Andes. Es reconocido en diversos países de Europa y América por su obra ensayística y narrativa que ha sido merecedora en Venezuela del Premio Nacional de Ensayo (Caracas, 1981) y el Premio Nacional de Literatura en (Caracas, 1996).

Creció como un niño del llano, entre las tierras de Apure, Barinas y Lara. Sus primeros contactos con los idiomas extranjeros ocurrieron, posiblemente, en el Puerto de Nutrias, la salida fluvial más importante del estado Barinas, de la cual cuenta: Entraban barcos extranjeros; los marineros traían maquinas de escribir y unas botellas boconas llenas de caramelos que intercambiaban por plumas, por cuero y por algodón. Cuando los hombres bajaban del barco y caminaban por el pueblo hablando entre ellos en su idioma, yo siendo un niño los escuchaba sin entender. Mis amiguitos y yo fingíamos que hablábamos como ellos: “Ano hambito es chincon”. Así comenzó ese interés por ese misterio. Un encanto, una fascinación que no se me ha quitado hasta ahora. Es más, hoy tiene la misma fuerza… sueño fonética, sueño expresión, sueño con esa actitud que porta cada edificio fonético de un idioma.
Cursa estudios de primaria, en varias escuelas del estado Barinas, ya que por el oficio del padre, su familia se mudaba constantemente. Durante su adolescencia realiza sus estudios de bachillerato en el Liceo Lisandro Alvarado de Barquisimeto, estado Lara. En 1951 obtiene el título de Profesor de Bachillerato en el Inst. Pedagógico Nacional, en Caracas, después que comenzara sus estudios en la Universidad Central de Venezuela y que por razones políticas hubieran cerrado; al año siguiente comienza a desempeñarse en una de sus primeras vocaciones: profesor de idiomas; pues para esta época ya Briceño Guerrero dominaba ampliamente los idiomas: inglés, francés y alemán. Impulsado por su espíritu universalista, e inspirado en consejos de algunos de sus más significativos mentores, viaja a Europa y en 1956 finaliza sus estudios en Lengua y Civilización Francesa en la Universidad de la Sorbona, Francia. En 1961 obtiene el título de Dr. en Filosofía en la Universidad de Viena, Austria, donde fue alumno y amigo, entre otros, de Albin Leskyy Friedrich Kainz. Buscando conocer más a fondo los conceptos del Marxismo realiza estudios en la Universidad de Lomonosov, Rusia. En 1979 finaliza sus estudios de Filosofía y Teología de la Liberación en la Universidad de Granada, España, luego de lo cual funda el Seminario de Mitología Clásica en la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes, Venezuela. Entre los idiomas que domina están el Griego, Latín, Hebreo, Francés, Inglés, Alemán, Ruso, Italiano y Portugués; y tiene conocimientos de Chino, Sánscrito, Japonés y Persa. Debo confesar con cierta vergüenza que he sentido más enamoramiento por las lenguas que por una mujer (...) Las admiro, las escucho, las consiento… las lenguas se hacen dueñas de mis fantasías y desvelos. Cuando aprendo un idioma pareciese más bien que estuviera cortejándolas.
El Dr. Briceño se ha desempeñado como profesor de idiomas en Barquisimeto y Valencia, Venezuela, es profesor de idiomas y filosofía en Mérida, Venezuela. Fue profesor visitante de lengua y filosofía griega en la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1971 funda el Seminario de Estudios Filosóficos, Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes (ULA), Mérida, Venezuela, es también fundador de la Cátedra de Filosofía de la Ciencia, del Seminario de Estudios Latinoamericanos y del Seminario Postgrado Lento en Epistemología para Investigadores y asesor del Vicerrectorado Académico de la ULA. Nellyana Salas declaró, al respecto de una entrevista con el Dr. Briceño: Es extraordinario encontrar a una persona que con tanta voluntad y tanto amor se entregue a la enseñanza. Él hace lo que un maestro debe hacer, encender la chispa de la reflexión y la creación en aquellos que van tras el encuentro con hombres notables, los que son escuela de humanidad.
Premios Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo en 1981 y posteriormente, en 1996, el Premio Nacional de Literatura 1996, ambos en su país natal. La sabiduría y la sensibilidad literaria de José Manuel Briceño Guerrero le han conducido hacia el misterioso terreno de las letras, una región que logra dilucidar a través de sus reflexiones, muchas veces expuestas en conferencias y publicaciones diversas. Por la trayectoria ensayística de este escritor, el jurado seleccionado por la Dirección General Sectorial de Literatura del Conac le ha otorgado el Premio Nacional de Literatura 1996. La decisión tomada por Luís Beltrán Guerrero, Rafael Pineda, Luís García Morales, Eduardo Liendo y Manuel Bermúdez, obedece al reconocimiento de su obra sobre filosofía del lenguaje, así como sus 'serenas y sabias reflexiones sobre las raíces sintácticas y semánticas del discurso americano frente a la ideología y pensamientos europeos'. A esto el jurado agregó las 'nobles enseñanzas socráticas en el corazón de la juventud estudiosa venezolana.
Pensamiento Filosófico y Obra Literaria La obra filosófica de Briceño Guerrero reúne los mismos motivos que su obra literaria: Latinoamérica, la búsqueda de sí mismo y el lenguaje. Estos motivos se interrelacionan, se bifurcan, se extienden y se explican para lograr un pensamiento propio en cada uno de los ensayos. Se puede decir que Briceño Guerrero quiso profundizar en las preguntas de la tradición filosófica partiendo no de supuestos extranjeros, sino de aquello que sentimos, somos, bailamos, comemos, mezclamos... Esto último es de gran importancia, pues partiendo de esa reflexión hace un llamado a que construyamos dentro de nosotros mismos una Latinoamérica que se constituya como ejemplo de fraternidad.

Fragmento tomado  de:

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